
"Ven, muchacha", dijo enseguida Tanzan. Luego la tomó en brazos y la dejó al otro lado del camino, evitando que se empapara y ensuciara en los charcos.
Ekido no dijo nada hasta que al atardecer hubieron llegado a un templo en el que pasar la noche. Entonces ya no pudo contenerse, y le dijo a su compañero: "Nosotros, los monjes, no nos acercamos a las mujeres -dijo a Tanzan- y menos aún a las que son jóvenes y hermosas. Es peligroso. ¿Por qué lo has hecho?".
Tanzan le respondió: "Yo he dejado a aquella muchacha al borde del camino. ¿Tú todavía la llevas contigo?".
Y lo que no explica el cuento es lo bien que se lo pasaron la muchacha y el chulapo que detuvo su camión justo al borde del camino.
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