“Cuando tengo algo urgente que hacer, descubro siempre a mi alrededor libros que me gustaría volver a leer, papeles que tendría que revisar, revistas que tendría que leer de cabo a rabo. Cuando más urgente y necesario es el trabajo que tengo que empezar, más me empujan mis tentaciones a cosas sin ningún sentido […] En ese incidente se resume toda la esterilidad de mi vida; toda su humanidad.”
Leo en las páginas 108-109 de
Diario Íntimo de la India de Mircea Eliade, un libro que me compré aún en pesetas, que leí hará unos doce años y al que ayer volví mientras me esperan, en la mesa de mi despacho, un par de manuales sobre antropología de la religión que debería leer y unos cuantos centenares de exámenes que ya debería tener corregidos (como regalitos de Papa Noel estarán esperándolos mis alumnos, siempre tan ansiosos por recoger los frutos chungos de su desangelada vagancia – y que conste que, al decir
mis alumnos, me refiero apenas a su inmensa mayoría).
Servidor, sin embargo, y quizá por su desgracia sólo en esto, parece seguir los pasos del joven Mircea, de modo que muy a menudo prefiere perder su tiempo con lo no urgente pero apetecible.
Pero hay más aún. Ya se sabe que, para el hombre flaco de voluntad, el pozo de las tentaciones nunca tiene fondo:
“Viene también D., vestido esta vez a la europea (el traje no le sienta nada bien, le da un aire de músico de pueblo), y me presenta a su hija; M.”
En nota, el editor aclara que M. es Maitreyi, una muchacha con quien el joven Mircea, durante sus años de estudio en Calcuta, compartió una apasionada historia de amor que luego plasmó, levemente literaturalizada, en su novela
Maitreyi. La noche bengalí (1933). La chica,
cuarenta años más tarde y cuando ya era una “notable poetisa en lengua bengalí”, a su turno escribió una réplica al libro de Eliade, donde explica el romance desde su óptica y memoria:
It does not die (1976).
Y aquí estoy yo, llenando mi cesta on-line de la librería La Central con sendos ejemplares de ambos libros, que espero recoger el lunes, cuando ya haya acabado de leer el Diario y los exámenes hayan aprendido a corregirse solitos.
En fin: ahora sólo me queda cavilar cómo explico a mis alumnos eso de lo imposible que me resulta el escapar a la dictadura de mi esterilísima humanidad.