“Cuando tengo algo urgente que hacer, descubro siempre a mi alrededor libros que me gustaría volver a leer, papeles que tendría que revisar, revistas que tendría que leer de cabo a rabo. Cuando más urgente y necesario es el trabajo que tengo que empezar, más me empujan mis tentaciones a cosas sin ningún sentido […] En ese incidente se resume toda la esterilidad de mi vida; toda su humanidad.”

Servidor, sin embargo, y quizá por su desgracia sólo en esto, parece seguir los pasos del joven Mircea, de modo que muy a menudo prefiere perder su tiempo con lo no urgente pero apetecible.
Pero hay más aún. Ya se sabe que, para el hombre flaco de voluntad, el pozo de las tentaciones nunca tiene fondo:
“Viene también D., vestido esta vez a la europea (el traje no le sienta nada bien, le da un aire de músico de pueblo), y me presenta a su hija; M.”

Y aquí estoy yo, llenando mi cesta on-line de la librería La Central con sendos ejemplares de ambos libros, que espero recoger el lunes, cuando ya haya acabado de leer el Diario y los exámenes hayan aprendido a corregirse solitos.
En fin: ahora sólo me queda cavilar cómo explico a mis alumnos eso de lo imposible que me resulta el escapar a la dictadura de mi esterilísima humanidad.
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